viernes, 3 de julio de 2020

Desde los oscuros ojos del insomnio

Por Guadalupe Maldonado.

 

El insomnio de las cosas que nunca pasarán, el insomnio de todos los pensamientos hechos y desechos. Los para siempre inconclusos, las noches eternas, los días asustados de vida. Nada se compara a la campana interior que tañe una y otra vez bajo la noche interminable. Tañe en la mente y traspasa el cráneo, dolor que se asemeja a la verdad. Hay tiempos en los que no estamos cómodos, la respiración parece duplicarse cuando nos enfrentamos a situaciones que creíamos desapercibidas. El cálculo sale mal, las distancias son más largas de lo que aparentan y el tiempo es sólo un pasajero confundido que pasa y pasa.

    Llega la noche para dormir, pero ante alguna preocupación o añoranza, entre tantas cosas que provocan la falta de sueño, también llega el insomnio. El insomnio como mentira inocente.  Tenemos que vivir de noche. Como Fernando Pessoa en su poema Insomnio: “No duermo ni espero dormir. Ni en la muerte espero dormir. No duermo, yazco cadáver despierto, sintiendo”. Es como un no vivir, en cada lucha por ese conciliar el sueño que atrae la madrugada y se desgasta como aquel venero de agua que no deja de fluir, gran maestro para la reflexión, aunque a la mañana siguiente, cuando el día ya está hecho, revienten las dudas situadas en la más escalofriante realidad: ¿dormí o soñé?

    Todo insomnio tiene un inicio. Según el Instituto del Sueño en Madrid, si no logras dormir en menos de 30 minutos, ya estás en problemas. Después te costará lograrlo y despertarás a media noche o en la madrugada, cuando las ánimas y las brujas hacen su aquelarre. Despiertas como por un impulso que te hace abrir los ojos ante algún rumor o ruido que va y viene en tu mente descompuesta. La desgana te hace levantarte al baño, escuchar música y recordar, hay insomnios que terminan en llanto y, como un niño, te duermes después de llorar.

    Existen varios tipos de insomnio, estudios revelan que hay un insomnio primario, en el cual no se identifica la causa. El idiopático, que viene desde la niñez y es acarreado por un incorrecto aprendizaje del hábito del dormir. Es simple cuando no sabes en que rango de insomnio estás, hasta que ya es psicológico y es preocupante pues en este insomnio empeora la actividad en los pensamientos, aumenta la angustia por no poder dormir. Estás acostada viendo al techo y comienzas a idealizar pequeños futuros del día de mañana. Una y otra vez te levantas para verificar que exista un orden en la habitación, nada que turbe tu insomnio. Comienzas a poner música, lees un poco. Todo se llega a manifestar en una noche interminable donde el sueño ausente recae en los que ya no están: sacas viejos objetos y empiezas a recordar cada anécdota. Hay ocasiones en que la música ayuda, otras sólo perjudica de manera que no llegas al objetivo: dormir.

    No hay insomnios diurnos, el día se hizo para estar despiertos, alertas ante todo. Trabajo, clases, rutinas cotidianas. Algunos trabajos son por la noche y hay motivos para estar despiertos (en algunos momentos insomnes debí trabajar, pienso). Pero esa desgana, la melancolía que arrastra los parpadeantes ojos silenciosos, bajo la luz apagada, pasando lista de todos los problemas que nos asechan intentando poder encontrar una respuesta al sueño ausente, eso, le pertenece a la noche. Nuestra conducta y los hábitos depresivos pudiesen ser motivos causales de tal desgaste a la espera de poder domar el sueño anhelado.

    Varias opciones nos han recomendado en mayoclinic.com para este mal mecer. Existe, por ejemplo, la fototerapia, que es una rara exposición a una luminosidad brillante mediante un dispositivo llamado caja de luz que imita la del sol y ayuda a regular el ciclo de sueño de personas de edad avanzada. La terapia cognitiva conductual ayuda a remplazar los pensamientos negativos y hábitos que provoca o empeoran el insomnio en insomnes de mediana edad. Otra opción de tratamiento que suele funcionar tanto en niños como en adultos son los sedantes y antidepresivos que nos ayudaran a conciliar el sueño usándolos a corto plazo, ya que son altamente adictivos. Otra forma más sencilla sería tomar un vaso de leche, como dice mi abuelita, o contar borreguitos saltando de la cerca. Pero no estaría de más probar los remedios herbales como unos buenos tés de manzanilla, lavanda, jazmín, de tila, pasiflora, etcétera.

    Después de una noche de insomnio se está tan cansado como un viejo de cien años; y no es común preguntar ¿qué tal tu insomnio anoche? O decir “anoche durante mi insomnio tuve una pesadilla”, así como tampoco hacer alarde de la famosa frase “lo que sucede en el insomnio se queda en el insomnio”.

    Tal vez los insomnios se noten a simple vista, tal vez no, sin embargo, lo noté en aquel personaje trasnochado y lleno del atardecer, en sus ojos vi la luz de las estrellas y la oscuridad profunda de aquella doliente melancolía del fracaso, en aquellas ojeras que avanzaban en la oscuridad para repetirse.

    Tal vez la hondura de un insomnio es pasajera si la ignoramos o cantamos a su lado en una noche lluviosa, con los pies helados bajo la extrañeza de un sueño no narrado. Bastaría quizás escuchar canciones de Khuanbing, intentando armar una historia en la mente o alguna sinfonía o sonata clásica para relajar el cerebro de tanto estrés y arrullarte, según la página Neztsleep.com. Aunque muchas veces optamos por escuchar la música que más nos gusta.

    Pero es rebelde el insomnio, no cabe duda de que es incongruente a veces, parece un personaje indeciso que da vueltas y vueltas al asunto, similar a ese revolcar de cobijas, cambiar de posición en la cama, la almohada esponjosa, el piyama, etcétera. Es hambriento el insomnio, come y devora las ilusiones del insomne atrapado. Sería un cliché decirlo pero… tengo insomnio ahora. ¿Es de día o es de noche?

jueves, 2 de julio de 2020

                                              La persistencia de la memoria de Salvador Dalí.


En presencia del tiempo
Por Selene Argueta.

Festejar el cumpleaños es celebrar el paso del tiempo, cosa bastante común en todo el mundo, considerando que representa un año más (¿o un año menos?) de vida. Para los más pequeños representa un día especial: recibir regalos, partir el pastel de cumpleaños y soplar las velas. Los cumpleaños son el día más emocionante y esperado del calendario por estos seres torbellinos de luz. No tanto así por los “grandes” (¿o debo decir personas con más experiencias?) que en gran medida han perdido el gusto y la emoción de celebrar su fecha de nacimiento. La razón es que muchas de estas personas conciben la vida como la suma total del paso del tiempo y consideran que un año más, en realidad, es un año menos y el tiempo vivido representa un acercamiento lento pero seguro hacia la muerte.

    Hablemos entonces del tiempo. El temible, el relativo, el incansable tiempo. De lo que es en realidad. ¿Alguien lo sabe?  Según la Real Academia Española, el tiempo es la duración de las cosas sujetas a la mudanza, es decir, al cambio, a la transformación. El concepto de tiempo es algo que se ha ido modificando con el paso de los siglos, con la evolución misma de la humanidad. El tiempo es una consecuencia impuesta por el hombre que le ayuda a entender el porqué de su existencia. Desde un primer momento los pueblos primigenios eran conscientes del paso del tiempo, de un fluir constante que les envolvía. Ese tiempo de la naturaleza que siempre volvía al mismo punto de origen, por tanto, los primeros hombres veían que el tiempo que les rodeaba era cíclico, como las estaciones que pasaban de una a otra, la vida de los hombres era la misma pasando del nacimiento a la muerte y nuevamente al nacimiento. En fin, una concepción histórica del tiempo.

    El tiempo por lo tanto se erige como la expresión del cambio, de la espera, y es que el hombre parece esperar toda su vida a que ocurra algo ¿o no? Esperamos a que amanezca para levantarnos de la cama, esperamos que den las 7 am para ir al trabajo, la ama de casa espera la hora para preparar la comida y está siempre con un ojo en el reloj para ir por sus hijos a la escuela y, así, esperando, el tiempo cobra gran significado.

    En lo que va del año, el tiempo ha sido clave para una serie de sucesos inesperados, insospechados, donde entra en juego el carácter relativo de éste. Actualmente nos inunda el sentimiento colectivo que nos hace decir “ojalá termine pronto el confinamiento” y en otros casos “quisiera regresar el tiempo” y así, en cualquier momento, en cualquier parte del mundo, el tiempo vuelve a tener un valioso significado. Asumo que todas las acciones de la vida cotidiana pasadas y futuras de los seres humanos van desligadas del paso lento del universo, pues mientras otros cuerpos se encuentran a años luz de nosotros y la rotación de la tierra sigue su curso, nosotros seguiremos delimitando nuestras acciones en segmentos pequeños del tiempo, es decir, en horas y minutos. En algún momento le escuché decir a un veterano de guerra: “la vida parece corta cuando estamos en alguno de los dos extremos de ella, en el medio nos pasamos tomando decisiones para arreglar las cagadas que provocaron esas mismas decisiones; algo así como un loop interminable de ineficiencia”.

    A medida que vamos acumulando meses en la vida, tenemos la percepción de que los años pasan mas rápido, la explicación más racional sería que, mientras crecemos, cada año representa menos, proporcionalmente, en el total de nuestra vida, pero ¿acaso podemos saber cuántos años viviremos exactamente como para decir si aprovechar o desperdiciar el tiempo? Vamos a suponer que poseo poderes superastronómicos (y en el supuesto de que exista esa palabra) y nombremos a un niño de 3 años, donde un año es una pequeña fracción de su vida, tal niño puede desperdiciar el tiempo como mejor le plazca, puesto que esa persona vivirá 87 años. Pero para alguien de 40, que sólo vivirá 44, deberá aprovechar el tiempo haciendo cosas significativas. Obvio: no tengo ese super poder para hacerlo, nadie lo tiene. Si bien el tiempo es el mismo para ambos, lo que varía son los estímulos, porque vivir es sentir emociones y en la infancia cualquier cosa absurda nos sorprende, nos motiva y nos justifica las velas que vamos apagando en cada pastel.

    Para muchas personas la infancia pudo parecer eterna porque los recuerdos son variados, porque se mudaron a casas diferentes varias veces, porque asistieron a toda clase de eventos sociales y gozaron de viajes en familia que parecían interminables y porque toda experiencia era nueva. Habrá otros que, como yo, no tuvimos una “infancia eterna” pero nos sorprendimos tantas veces al ver un arcoíris, morimos de la risa con el chavo del ocho y jugar en la calle era lo máximo.

    Actualmente los días se repiten y los objetivos que nos auto imponemos en gran medida son materiales y en ocasiones tan efímeros como las satisfacciones que nos provoca alcanzarlos. Conforme crecemos y nos empeñamos a llegar a tal edad con “la vida hecha”, dejamos pasar tiempo que puede ser invertido en vivencias emocionales para que en su totalidad la vida sea considerada como valiosa. Como miembros de una sociedad globalizada, asumimos los mismos tres o cuatro parámetros sociales como único camino y creemos que la vida se reduce a tener cosas y formalizar vínculos. Podemos entonces tomarnos un tiempo y preguntarnos ¿qué mierda es tener la vida hecha para nosotros? O podemos seguir las flechas, conseguirlo, darnos cuenta que en realidad vivimos equivocadamente un modelo decidido por otros y sacarle el signo de interrogación a esa pregunta.

    Los años pasan más rápido cuando son todos iguales, cuando mecánicamente presionamos el ctrl+c y ctrl+v de un teclado pasado de moda, levantarse, ir al trabajo, comer, mirar tele y volver a dormir. ¿Conocen a alguien así? Hace tiempo fijé mi atención en alguien que todos los días repetía la misma rutina: Levantarse a las 6:30 am, barrer la banqueta, darle maíz a los pollos, preparar el desayuno mientras escuchaba la radio, ir al mercado, asear la casa, comer, tejer en su mecedora afuera en la banqueta a las 5 pm, tomar un poco de leche tibia y dormir. Puede parecer agradable esta rutina, pero no lo es tanto si se hace exactamente lo mismo por más de treinta años.  

    Nosotros (y la vida moderna que abrazamos) somos los culpables de que los años pasen rápido, porque la rutina no emociona, no diferencia los días y nos aleja permanentemente de la necesaria improvisación de la vida. Lo aburrido pasa lento, los días iguales pasan lentos, parece que el individuo que pasa por poco, concibe su vida corta y quien pasa por mucho, ha vivido bastante. Lo paradójico es que esta monotonía sea lo que no te deja distinguir un año de otro y también sea la que hace volar los años que vamos contando felizmente.

    Supongo que en la última etapa nos sacudirá un poco la obligatoriedad de la muerte, nos empujará a volver a sentir emociones, como en la infancia, pero está vez regidos por la memoria y el interminable collage en telaraña que nos incita a volver al pasado y poner en nuestra piel aquella frase: “recordar es volver a vivir”. Aunque sería una genialidad vivir para recordar.

    Por el momento tengamos en cuenta las palabras de Albert Einstein: “La diferencia entre el pasado, el presente y el futuro, es sólo una ilusión persistente”.

jueves, 18 de junio de 2020

La enseñanza digital en la contingencia sanitaria por el COVID19: reflexiones de una profesora

Por Gabriela Ladrón De Guevara.

Los profesores de todo el mundo, en todos los niveles educativos, fueron obligados a migrar de la educación presencial a la modalidad virtual, debido a la contingencia sanitaria por el COVID, declarado como pandemia mundial por la OMS (2020). Este cambio empezó en China, pero pronto fue una migración mundial. Ante esta circunstancia sin precedentes, cada país enfrentó de acuerdo a su realidad educativa, tecnológica y económica los retos de dicho cambio. En este proceso los docentes y estudiantes vivieron nuevas experiencias para las que no estaban preparados y que posiblemente marquen a toda una generación de jóvenes y niños, así como a sus docentes y padres involucrados, que a partir de sus particulares realidades, afrontaron estos cambios de diversas maneras.

    En México, los profesores migraron casi sin preparación previa. Algunos de ellos, sin conocimientos tecnológicos y pedagógicos de lo que implica la educación en línea (Mancera, Serna y Barrios, 2020). En algunos estados, como Jalisco y Nuevo León, terminando el puente del 12 de marzo, ya no regresaron a las clases presenciales. Los mismo pasó con la mayoría de las instituciones de educación superior de la República Mexicana, que decidieron suspender clases presenciales, en primera instancia, hasta el 20 de abril (DOF 16 de marzo, 2020), posteriormente, se alargó esta suspensión y, al momento de escribir este ensayo, aún no hay fecha de regreso a clases en las escuelas.

    Los profesores se encontraron, de la noche a la mañana, con la necesidad de planear y ejecutar clases en línea, tomando como base la preparación y herramientas didácticas que tenían en ese momento. De los profesores de primaria y secundaria, el 57%, según un estudio del Tecnológico de Monterrey (en Estrada, 2020), no se sentían preparados para dar clases en línea. Sin embargo, se vieron obligados a hacerlo. Y además de todo, tuvieron que dar apoyo emocional y de contención a sus estudiantes, cuando los mismos docentes estaban en una situación de angustia e incertidumbre.

    Mi caso es un ejemplo de cómo esta circunstancia se vivió como un reto académico y emocional. A pesar de que vivo en la Ciudad de México y ahí trabajo, tampoco yo regresé a clases presenciales después de los días inhábiles (“puente vacacional”) del 14 al 16 de marzo, a pesar de que la suspensión general de clases iniciaría el 20 de marzo. Como profesora de lenguas en una universidad pública, tuve que diseñar y migrar en medio del curso semestral a en línea, experimentar con una plataforma que era desconocida para mí y afrontar no sólo los retos de apoyo académico, sino psicológico con los estudiantes. Y por si eso fuera poco, lo que parecía ser una situación temporal (3 semanas de clases y una de receso académica, en mi caso) se extendió a la totalidad del semestre, incluyendo las evaluaciones finales del semestre, que también fueron en línea.

    ¿Cómo se dio este cambio? A pesar de que tengo experiencia de casi 20 años en la enseñanza-aprendizaje en línea este fue un proceso pesado. Empecé con una notificación de la Coordinación Académica el domingo 15 de marzo. La notificación me llegó a las 8:00 a.m. A las 9 a.m. ya había iniciado dos grupos (uno por cada nivel que tuve en ese semestre) en Google Classroom y pude mandar la liga en las dos páginas de Facebook que manejaba para noticias, anuncios y recordatorios de mis clases. Creí que todavía tenía la semana del 17 al 20 de marzo para ver a mis estudiantes y afinar la transición. Ese fue el primer paso. Terminó el receso académico y el martes 17 de marzo, la Encargada de Despacho de mi institución, nos envió el mensaje de que la suspensión de clases empezaba el 18 de marzo. Eso fue un cambio radical. Esa noticia sí les llegó a los estudiantes: el 80% de los inscritos a Google Classroom se registraron ese día. Sin embargo, no tenían claro cómo los afectaría este cambio: a pesar de que el proyecto de la universidad donde trabajo se basa en la autonomía del estudiante, el pensamiento crítico, la investigación, la reflexión y el autoestudio, en general, los estudiantes prefieren tomar clases tradicionales, sobre todo en lenguas. Sin embargo, como ya llevábamos 7 semanas de trabajo del semestre 2020-1, los estudiantes estaban más familiarizados con la forma de trabajo y por lo menos, ya investigaban y practicaban los temas antes de cada sesión.

    El 18 de marzo hice una sesión de Facebook live en cada uno de los grupos. En ella aclaramos dudas y se explicó la nueva forma de trabajo. Se manejó como algo temporal, pero que estaba abierto a los cambios y avisos que diera la administración. De esa manera se empezó el trabajo en línea. Todos los jueves subía ligas de ejercicios de producción oral, producción escrita, comprensión oral, comprensión escrita y gramática. Los estudiantes decidían qué ejercicios revisar de acuerdo a sus necesidades de autoestudio. Para los grupos de nivel tres, hubo 3 sesiones semanales de Facebook live para dudas y comentaros. Para el grupo de nivel uno, fueron dos por semana. Las sesiones en vivo fueron una buena opción, ya que los estudiantes sentían que el intercambio personal seguía fluyendo.

    Sin embargo, el agotamiento mental se hizo presente. La revisión de casi 180 proyectos de integración de producción comunicativa a la semana se convirtió en una labor titánica. Como docente, entre preparación, sesiones live y correcciones se triplicó el tiempo efectivo de clase, llegando hasta 60 o 70 horas por semana dedicadas a este trabajo. Sobre todo, la labor se recargó en las horas nocturnas, cuando los estudiantes eran más activos. Al ser las sesiones live matutinas, implicaba estar conectado a las 8 am, lo que además del cansancio intelectual, agregó agotamiento físico.

    Por las conversaciones tenidas con colegas de varios niveles educativos, desde preescolar hasta posgrado, sé que se vivieron situaciones similares: preparaciones de clases que mínimamente triplicaban el trabajo normal, evaluaciones interminables y con rúbricas poco amigables, presiones por parte de coordinadores y autoridades para enviar evidencias de aprendizaje y mostrar avances en los programas de estudios. Además la confusión entre las esferas públicas y privadas: sin distinción de horarios y la invasión de las videollamadas, en las que los estudiantes “entraban” a casa de los profesores sin invitación. En esos días de contingencia, no había ni límites de tiempo ni espacio entre lo académico y lo personal.

    Los estudiantes encontraron que los profesores podían ser sus aliados no solamente para la vida académica, sino también con recursos de apoyo emocional en estos momentos, por ejemplo, en mi caso algunas de las sesiones de Facebook live fueron de contención psicológica. La contención (Puy y Romero, 1998) “implica poseer cierto grado de dominio sobre uno mismo y lo que se siente. Cuando un acontecimiento nos sobrepasa, es muy probable que surja una fuerte sensación de estar indefensos”. Así, se abrió la puerta para tratar no solamente puntos académicos, sino compartir experiencias de vida.

    De hecho, en mis clases, hubo estudiantes que no querían comentar problemas académicos, solamente querían ser escuchados: compartir sus experiencias, sus realidades y preocupaciones. Afortunadamente, después del sismo del 19 de septiembre de 2017, había tomado un taller de contención psicológica para docentes. Eso sirvió para darles “primeros auxilios” y que por lo menos supieran que su voz se escuchara en el aula virtual. Estas circunstancias se repitieron con otros colegas. Es probable que los estudiantes busquen este tipo de apoyo cuando regresemos a las clases presenciales. Es muy pronto para saber, pero será interesante ver las dinámicas entre docenes y estudiantes, pero si los estudiantes ya sintieron que podían comunicarse con un profesor, es factible que busquen esa comunicación posteriormente.

    Cerrando estas reflexiones, si para mí, que desde el 2000 estuve involucrada con la modalidad de aprendizaje en línea, primero como estudiante, después como docente universitaria de licenciatura y posgrado, esta migración fue difícil e implicó triplicar en horas efectivas de trabajo la preparación de actividades, para los docentes que no tenían antecedentes en esta modalidad, implicó más trabajo y dedicación. Por eso, mi reconocimiento y agradecimiento a estos docentes que en tres o cuatro días lograron migrar sus clases y siguen trabajando por sus estudiantes. Lo más importante, gracias a estos docentes, las voces del aula pudieron seguir vivas y activas. El siguiente momento será valorar la afectación en varios niveles a estudiantes y profesores, pero esto saldrá en uno o dos años.

 

REFERENCIAS

Diario Oficial de la Federación (2020) Acuerdo de suspensión de clases a nivel nacional por Covid-19. Recuperado de https://www.dof.gob.mx/busqueda_detalle.php

Mancera, C., Serna, L. y Barrios, M. (2000) Pandemia: maestros, tecnología y desilgualdad. Nexos, 29 de abril de 2020. Recuperado de https://educacion.nexos.com.mx/?p=2286

OMS (2020) Alocución de apertura del Director General de la OMS en la rueda de prensa sobre la COVID-19 celebrada el 11 de marzo de 2020. Recuperado de https://www.who.int/es/dg/speeches/detail/who-director-general-s-opening-remarks-at-the-media-briefing-on-covid-19---11-march-2020

Puy, A. y Romero, A. (1998). “Claves para la intervención psicosocial en desastres.” En Martin, A. Psicología comunitaria. Madrid: Síntesis.

Estrada, P., (2020) El aprendizaje remoto enfrenta otro reto: el profesorado no está preparado para la enseñanza en línea. Recuperado de https://observatorio.tec.mx/edu-news/profesorado-no-esta-preparado-para-educacion-online

miércoles, 20 de mayo de 2020

Leer para vivir, vivir para escribir





Si cada quien no pudiera vivir una
cantidad de otras vidas
además de la suya,
no podría vivir la suya.

Paul Valéry

Leo novelas para fugarme, para escapar de la realidad, esa que se nos plantea, la ya impuesta. Todo está hecho, todo está dicho. Desde la infancia nos atosigan con las diferentes máscaras que puede, debe, tiene que usar una persona, los roles que debe cumplir el ser humano.
    Desde la infancia nos van delimitando el tamaño de nuestras propias celdas no tangibles, cárceles mentales, normativas, se nos encadena a la “civilización” (sic[k]). Se nos enseña a ser educados, bien portados, el hombre es esto, la mujer aquello; se nos condena a los grilletes de la norma. Las palabras liberan, lo sabemos bien quienes leemos. Lo sabía Gianni Rodari al escribir: “El uso total de la palabra, no para que todos sean artistas, sino para que nadie sea esclavo”.
    Se leen novelas para vivir otras vidas, para conocer otras vidas, para ser Quijotes, Lobos Esteparios, para deambular borrachos Bajo el volcán, para buscar a nuestro padre muerto en Comala, para sentirnos, descubrirnos muertos. Leemos novelas para caer por un agujero y ser Alicia que persigue a un conejo con premura por el maldito reloj o para ser una niña y conocer El mundo de Sophia. Leemos para perdernos ergo nos encontramos. Leemos novelas para sentir esa Insoportable levedad del ser.
    Es así como abrimos esos portales, no en vano el libro, la portada de un libro, tiene la forma de una puerta que se abre sin llave alguna, siempre está abierto ese hoyo negro, ese agujero de gusano, para transportarnos y viajar a otros mundos, a vidas paralelas.
    La lectura por placer es un derecho que todos tenemos. Sin embargo, de tiempo atrás se ha transmitido el hábito lector como algo obligado, como un castigo, para cumplir requisitos pedagógicos cuadrados y dogmáticos, por eso para muchos, aún en un nivel universitario, cuando se trata de leer una novela, sea cual sea, y realizar ensayos, es algo que causa pereza, incomodidad y hasta enojo. La lectura como algo obligado, algo impuesto, aburrido. La escritura: ídem.
    Quienes somos lectores y además escribimos hemos llegado a sentir y comprender que la lectura y la escritura incluso salvan vidas, tal como se la salvó a la escritora árabe Joumana Haddad durante la guerra en su país, cuando era niña, estos hábitos eran una válvula de escape dentro de su realidad llena de caos y violencia. Borges valoraba la amistad con sus libros incluso hasta considerarlos cual si fueran personas. Se lee para vivir, para salvar el pellejo. Para salir de la Matrix.
    ¿Y qué impulsa a un escritor, a una escritora, decidirse cual kamikaze a estrellarse contra la hoja en blanco, a enfrentarse al abismo de la hoja en blanco y comenzar a escribir una novela, a esbozar una historia? Considero que su propia obsesión. He aquí la obsesión de Marcel Proust al escribir tantos libros En busca del tiempo perdido. La de Anaïs Nïn al narrar su vida en sus Diarios. ¿Qué llevó a Malcom Lowry a escribir y reescribir Bajo el volcán, soportar, sobrevivir a tantos años antes de ser publicada? ¿Qué mueve a Pynchon a escribir libros de tal extensión, excesiva, qué es si no la pura obsesión del escritor, de narrar, de contar historias?
    Hay también en el escritor algo de demiurgo, de querer ordenar el caos que abunda a nuestro alrededor. Al observar el caos circundante, la farsa de la realidad, donde cada ser humano tiene poca injerencia, surge la necesidad compulsiva de ordenar desde ese caos su propia vida, a través de la novela. Sólo escribiendo, dándole un orden a las palabras, puede reescribir su destino, porque todos los personajes, aunque ficticios, son él. Cada espacio, todo ambiente, cada palabra, son el mismo autor.
    Para fugarse y también denunciar su entorno, la asfixia que sentía, Kafka tuvo que escribir de esa manera obsesiva también La metamorfosis, El Proceso, El Castillo, no olvidemos esa insistente fijación en llamar a todos sus personajes principales con nombres que comienzan con la letra K. De hecho, en El Castillo, el personaje se llama simplemente K.
    ¿Qué tiene qué ver acá la inspiración? Mucho, pero sabemos que no cualquiera puede darle vida a un Ulises, tal como lo hizo Joyce, nada más porque se crea estar bajo el influjo de la musa. La inspiración existe, claro está, pero hay también la disciplina del escritor, cualquiera que esta sea: ya sea al estilo de Jack Kerouac al esbozar On the road, ya sabemos que fue escribiendo todo en libretas de apuntes, papeles que tenía a la mano, para después transcribirla a máquina en un rollo de papel interminable; o como Dostoievski al escribir una novela breve en tan sólo una semana, debido a que el autor estaba endeudado y que su editor, Stellovski, le exigía según por un contrato firmado tiempo atrás, una novela, lo más pronto posible. El escritor tuvo que recurrir a una secretaria a quien le dictaba las palabras, Anna Grigórievna, quien poco después sería su esposa. Abracadabra: nació El jugador, pieza clave de la narrativa hasta nuestros días. O el método de Juan Carlos Onetti: no tener un método, simplemente, cuando le viniera la maldita/bendita inspiración, escribir y ya.
    Muchos investigadores y escritores adviertan un vínculo entre crisis y narración. Para Vladimir Propp, el relato representa un intento de hacer frente a todo aquello que es inesperado o desafortunado en la existencia humana. Y Paul Ricoeur decía: “Toda la historia del sufrimiento pide venganza y reclama relato”.
    El escritor de novelas es un gran observador, es el voyeur por excelencia, para poder así dar vida a una historia que su fin no sea el de moralizar, instruir, sino simplemente contar. Narrar los hechos, ficticios o no. Relatar lo que le obsesiona. Pretensión superflua es la de querer abarcar todo con la visión del que tiene la última palabra, la verdad absoluta en algo, querer adoctrinar desde la novela. No, el verdadero novelista es El Ojo que todo lo ve y nada juzga.
    El escritor de novelas sabe todo de quienes lo leen, aún sin conocerlos. Y aunque no pretenda satisfacer nada más que a su propia obsesión, sabe, conoce de esas angustias primigenias del ser humano, las taras de la humanidad, conoce de antemano la necesidad de vivir otras vidas. Sabe que debe construir ese puente de identidad, el dialogo inherente entre lo escrito y lo leído. Conoce la similitud de esos bordes, de las comisuras, de la estrechez que existe entre el escritor y el lector, de esas zonas limítrofes. Sabe que, mientras tanto, en ese parpadeo que se llama vida, en eso que se nos plantea como realidad, él debe ser un pararrayos de todo tipo de sensaciones y situaciones, el receptáculo de todo, el lienzo para todo, el glitch expansivo, en fin, El Ojo que todo lo ve sin juzgar.
    Por eso toma su lanza/lapicero (o su artefacto de teclas/lasser) y esgrime las palabras, dispara las balas detonadas por su imaginación y obsesión contra la “normalidad”. Sabe que se lee para vivir. Y vive para escribirlo. Que hay verdades que parecen mentiras y mentiras que suelen convertirse en verdades. Es un trabajo sucio, piensa, pero alguien tiene que hacerlo. Alguien tiene que extraer diamantes de un hermoso arcón o del corazón mismo de la basura.