jueves, 2 de julio de 2020

                                              La persistencia de la memoria de Salvador Dalí.


En presencia del tiempo
Por Selene Argueta.

Festejar el cumpleaños es celebrar el paso del tiempo, cosa bastante común en todo el mundo, considerando que representa un año más (¿o un año menos?) de vida. Para los más pequeños representa un día especial: recibir regalos, partir el pastel de cumpleaños y soplar las velas. Los cumpleaños son el día más emocionante y esperado del calendario por estos seres torbellinos de luz. No tanto así por los “grandes” (¿o debo decir personas con más experiencias?) que en gran medida han perdido el gusto y la emoción de celebrar su fecha de nacimiento. La razón es que muchas de estas personas conciben la vida como la suma total del paso del tiempo y consideran que un año más, en realidad, es un año menos y el tiempo vivido representa un acercamiento lento pero seguro hacia la muerte.

    Hablemos entonces del tiempo. El temible, el relativo, el incansable tiempo. De lo que es en realidad. ¿Alguien lo sabe?  Según la Real Academia Española, el tiempo es la duración de las cosas sujetas a la mudanza, es decir, al cambio, a la transformación. El concepto de tiempo es algo que se ha ido modificando con el paso de los siglos, con la evolución misma de la humanidad. El tiempo es una consecuencia impuesta por el hombre que le ayuda a entender el porqué de su existencia. Desde un primer momento los pueblos primigenios eran conscientes del paso del tiempo, de un fluir constante que les envolvía. Ese tiempo de la naturaleza que siempre volvía al mismo punto de origen, por tanto, los primeros hombres veían que el tiempo que les rodeaba era cíclico, como las estaciones que pasaban de una a otra, la vida de los hombres era la misma pasando del nacimiento a la muerte y nuevamente al nacimiento. En fin, una concepción histórica del tiempo.

    El tiempo por lo tanto se erige como la expresión del cambio, de la espera, y es que el hombre parece esperar toda su vida a que ocurra algo ¿o no? Esperamos a que amanezca para levantarnos de la cama, esperamos que den las 7 am para ir al trabajo, la ama de casa espera la hora para preparar la comida y está siempre con un ojo en el reloj para ir por sus hijos a la escuela y, así, esperando, el tiempo cobra gran significado.

    En lo que va del año, el tiempo ha sido clave para una serie de sucesos inesperados, insospechados, donde entra en juego el carácter relativo de éste. Actualmente nos inunda el sentimiento colectivo que nos hace decir “ojalá termine pronto el confinamiento” y en otros casos “quisiera regresar el tiempo” y así, en cualquier momento, en cualquier parte del mundo, el tiempo vuelve a tener un valioso significado. Asumo que todas las acciones de la vida cotidiana pasadas y futuras de los seres humanos van desligadas del paso lento del universo, pues mientras otros cuerpos se encuentran a años luz de nosotros y la rotación de la tierra sigue su curso, nosotros seguiremos delimitando nuestras acciones en segmentos pequeños del tiempo, es decir, en horas y minutos. En algún momento le escuché decir a un veterano de guerra: “la vida parece corta cuando estamos en alguno de los dos extremos de ella, en el medio nos pasamos tomando decisiones para arreglar las cagadas que provocaron esas mismas decisiones; algo así como un loop interminable de ineficiencia”.

    A medida que vamos acumulando meses en la vida, tenemos la percepción de que los años pasan mas rápido, la explicación más racional sería que, mientras crecemos, cada año representa menos, proporcionalmente, en el total de nuestra vida, pero ¿acaso podemos saber cuántos años viviremos exactamente como para decir si aprovechar o desperdiciar el tiempo? Vamos a suponer que poseo poderes superastronómicos (y en el supuesto de que exista esa palabra) y nombremos a un niño de 3 años, donde un año es una pequeña fracción de su vida, tal niño puede desperdiciar el tiempo como mejor le plazca, puesto que esa persona vivirá 87 años. Pero para alguien de 40, que sólo vivirá 44, deberá aprovechar el tiempo haciendo cosas significativas. Obvio: no tengo ese super poder para hacerlo, nadie lo tiene. Si bien el tiempo es el mismo para ambos, lo que varía son los estímulos, porque vivir es sentir emociones y en la infancia cualquier cosa absurda nos sorprende, nos motiva y nos justifica las velas que vamos apagando en cada pastel.

    Para muchas personas la infancia pudo parecer eterna porque los recuerdos son variados, porque se mudaron a casas diferentes varias veces, porque asistieron a toda clase de eventos sociales y gozaron de viajes en familia que parecían interminables y porque toda experiencia era nueva. Habrá otros que, como yo, no tuvimos una “infancia eterna” pero nos sorprendimos tantas veces al ver un arcoíris, morimos de la risa con el chavo del ocho y jugar en la calle era lo máximo.

    Actualmente los días se repiten y los objetivos que nos auto imponemos en gran medida son materiales y en ocasiones tan efímeros como las satisfacciones que nos provoca alcanzarlos. Conforme crecemos y nos empeñamos a llegar a tal edad con “la vida hecha”, dejamos pasar tiempo que puede ser invertido en vivencias emocionales para que en su totalidad la vida sea considerada como valiosa. Como miembros de una sociedad globalizada, asumimos los mismos tres o cuatro parámetros sociales como único camino y creemos que la vida se reduce a tener cosas y formalizar vínculos. Podemos entonces tomarnos un tiempo y preguntarnos ¿qué mierda es tener la vida hecha para nosotros? O podemos seguir las flechas, conseguirlo, darnos cuenta que en realidad vivimos equivocadamente un modelo decidido por otros y sacarle el signo de interrogación a esa pregunta.

    Los años pasan más rápido cuando son todos iguales, cuando mecánicamente presionamos el ctrl+c y ctrl+v de un teclado pasado de moda, levantarse, ir al trabajo, comer, mirar tele y volver a dormir. ¿Conocen a alguien así? Hace tiempo fijé mi atención en alguien que todos los días repetía la misma rutina: Levantarse a las 6:30 am, barrer la banqueta, darle maíz a los pollos, preparar el desayuno mientras escuchaba la radio, ir al mercado, asear la casa, comer, tejer en su mecedora afuera en la banqueta a las 5 pm, tomar un poco de leche tibia y dormir. Puede parecer agradable esta rutina, pero no lo es tanto si se hace exactamente lo mismo por más de treinta años.  

    Nosotros (y la vida moderna que abrazamos) somos los culpables de que los años pasen rápido, porque la rutina no emociona, no diferencia los días y nos aleja permanentemente de la necesaria improvisación de la vida. Lo aburrido pasa lento, los días iguales pasan lentos, parece que el individuo que pasa por poco, concibe su vida corta y quien pasa por mucho, ha vivido bastante. Lo paradójico es que esta monotonía sea lo que no te deja distinguir un año de otro y también sea la que hace volar los años que vamos contando felizmente.

    Supongo que en la última etapa nos sacudirá un poco la obligatoriedad de la muerte, nos empujará a volver a sentir emociones, como en la infancia, pero está vez regidos por la memoria y el interminable collage en telaraña que nos incita a volver al pasado y poner en nuestra piel aquella frase: “recordar es volver a vivir”. Aunque sería una genialidad vivir para recordar.

    Por el momento tengamos en cuenta las palabras de Albert Einstein: “La diferencia entre el pasado, el presente y el futuro, es sólo una ilusión persistente”.

1 comentario:

  1. Excelente texto. Me encanto, saludos selene y sigue escribiento para tu publico que esperanos con ancias tus publicaciones.el.tiempo pasa y la vida sigue y sigue, asi qie hay que disfrutar de la vida. Hoy estamos mañana quien sabe.

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